IntroducciÓn
Este corto artículo desarrolla algunas observaciones sobre dos aspectos problemáticos del tratamiento de la crueldad como fenómeno colectivo en el ámbito de las ciencias sociales, surgidas a propósito de unas preguntas en torno de mi ponencia en el X Congreso Nacional de Sociología. La primera cuestión que abordaremos será la del sinsentido de la crueldad o la definición de ésta como una violencia por la violencia, gratuita, desbordada o sádica (Wieviorka, 2003) que resulta ser la forma más corriente de aproximación a este tipo de escenarios y, por consiguiente, el primer gran obstáculo epistemológico para un estudio mínimamente científico de la materia. La segunda cuestión, profundamente vinculada a la primera, pero que merece particular atención, es la relacionada con el factor del placer o el disfrute presente en los escenarios de crueldad, que nos conducirá a una discusión entre la naturaleza patológica o sociológica de la agresión cuando ésta se enmarca en estructuras de poder.
Los escenarios de crueldad suponen un objeto de difícil tratamiento en las ciencias sociales, debido, principalmente, a que en ellos se presenta de forma más clara el componente de la voluntad o la intención como determinantes de la acción. En pocas palabras, se trata de un objeto enteramente subjetivo, más pertinente para el estudio introspectivo como el que ofrece la psicología y la filosofía que uno propio de las herramientas de investigación que posee la sociología o la antropología. Dos datos apoyan esta primera impresión. Por un lado, los principales aportes para el estudio de la crueldad en la ciencia social provienen de la investigación (más exactamente, de la experimentación) de los psicólogos sociales y de la psicología clínica. Por otro lado, todas las consideraciones éticas y morales que acompañan los ejercicios interpretativos o comprensivos de los escenarios de crueldad, todo ese cúmulo de irracionalidad, irreflexibilidad e inexplicabilidad que los investigadores terminan situando en el nebuloso círculo del mal o de la maldad humana ya se pueden encontrar desarrollados con mayor rigor teórico en el campo de la filosofía.
Una pregunta fundamental para el investigador es si la crueldad ha de ser considerada como un fenómeno particular, dueño de condiciones y dinámicas específicas o ha de seguir considerándose un subproducto de ese factor que denominamos violencia. Es decir, si la crueldad debe ser considerada como un grado extremo de violencia o debe ser estudiada en la perspectiva de una lógica causal autónoma. Y no es un asunto fácil de responder, dado que la crueldad misma, incluso ateniéndonos a su etimología (crudelis, lo crudo), parece distinguirse por ciertos rasgos tan obvios como objetivos: la sangre, la exhibición, el desmembramiento, la tortura, el dolor, el sufrimiento.
Pero basta un simple ejemplo para comprender que lo realmente esencial en los escenarios de crueldad no es tanto las formas que adoptan, lo evidente a los ojos, lo positivo, lo cuantificable, sino aquello que se oculta, la intención, la voluntad. Tomemos el ejemplo de un hombre que flagela a otro quien sufre impotente el castigo atado a un árbol. La tendencia general es la de considerarlo un claro y evidente escenario de crueldad, máxime si se añade al verdugo el componente del placer en la forma de una risa siniestra y a la víctima expresiones exageradas de dolor. Si la acción se desarrollara, por ejemplo, entre un esclavista y un esclavo o entre un verdugo y un prisionero, nadie dudaría de que se trate, efectivamente, de un escenario de crueldad. No obstante, si, en lugar de lo anterior, asistimos al escenario de una relación sexual sadomasoquista, aun en presencia de los mismos elementos objetivos y verificables, no podríamos seguir sosteniendo el mismo calificativo de cruel, por lo menos no en los mismos términos de nuestra primera impresión.
Obviamente, ese elemento subjetivo que representa la voluntad de sufrimiento de la propia víctima (en este caso, el placer que produce el sufrimiento que se le inflige) obliga a replantear la naturaleza misma del objeto que se observa. De lo contrario, nos veríamos abocados a calificar como crueles todos los escenarios de la vida social en los que se encuentre presente el factor del sufrimiento. No olvidemos, por ejemplo, que las cirugías y otras prácticas médicas se ejercieron sin los beneficios de la anestesia para los pacientes hasta mediados del siglo XIX y que aún hoy, en medio de guerras o catástrofes, muchos procedimientos médicos de emergencia, como amputaciones de extremidades y otros similares, deben llevarse a cabo en pacientes completamente conscientes. No hacer esa distinción obligaría a las ciencias sociales, pues, a estudiar los hospitales como escenarios de crueldad. (González, 2011).
Así que la subjetividad presente en los escenarios de crueldad supone un reto para las ciencias sociales, el cual se ha afrontado de diversas maneras, muchas de las cuales ni siquiera consideran la crueldad como un topos, sino como manifestaciones más o menos extremas de factores como la agresión humana o la violencia social.
(Continua)
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