INTRODUCCIÓN
Cuanto más se reflexiona sobre la ciencia moderna o la teoría tradicional, es ineludible asociarla a términos como ley, orden, predicción, control, cálculo, medición, matematización, ecuación, organización, método, experimentación y “verdad”. Algunas concepciones o paradigmas científicos de corte simplista, determinista-causalista y reduccionista, operacionalizaron estas expresiones, para hacer más inteligible la complejidad de la vida y para instaurar principios que gobiernan los fenómenos naturales con el fin simplificador de introducir la realidad social en lo físico-matemático.
Por fortuna, en la actualidad las concepciones han ido modificándose y replanteando los presupuestos de la ciencia que antes se asumían sin una reflexión filosófica; por ejemplo, las posturas Feyerabend (1989) invitan a derribar la visión dogmatica del método científico, ya que incursionan en la variedad de métodos y en la creatividad de la edificación del conocimiento; Las estructuras de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn (2006) restauran la discontinuidad de la historia de la ciencia, al asociarla con factores históricos, que determinan los contextos de descubrimiento, y los ligan, por otra parte, a paradigmas que se definen como formas de percibir la naturaleza a través del consenso intersubjetivo que se da dentro de una comunidad científica; la complejidad es otra postura filosófico-científica que permite abordar la confusión fenoménica desde la interacción multidisciplinar, el tejido de los eventos o hechos, el azar, la incertidumbre, el desorden, lo inquietante de lo enredado y la integración de los elementos (Morin, 2007); la biología del conocimiento de Humberto Maturana establece la comprensión del ser humano y su ser social desde una concepción emotiva, biológica y multifactorial; entre otras posturas.
Desde su aparición en el siglo XVII, y su posterior afianzamiento con Newton, la ciencia moderna y tradicional se concibe a sí misma como un saber ordenador y regulador, capaz de gobernar y dominar la naturaleza, es una forma absoluta, sistemática y universalmente válida de predicción, que supera cualquier otro carácter de conocimiento; por lo tanto, el saber científico, al tener una legitimidad de exactitud y una expresión matemática y geométrica, reproduce los hechos de forma “objetiva”, disminuyendo la ambigüedad de la intuición y la especulación.
Este proyecto científico se liga en principio a la física natural y a la astrofísica; luego se trasladará a otras disciplinas como la química y la biología, hasta que en el siglo XIX se empleará con las nacientes ciencias sociales.
El camino del saber racional y de la ciencia moderna se ha tejido desde la filosofía clásica con Platón y Aristóteles, con las revoluciones científicas que se han dado desde el geocentrismo ptolemaico hasta la visión heliocéntrica copernicana, con lo que ha conseguido robustecerse con la visión galileana y los principios físicos newtonianos.
La perspectiva matemática también va a influir en las diferentes posturas de corte positivista, la instaura Descartes en el Discurso del método cuando: la “deducción, tal como es usual en matemáticas, se supone aplicable a la totalidad de la ciencia. El orden del mundo se abre a las conexiones del pensamiento deductivo” (Horkheimer, 2000).
En efecto, la teoría tradicional apunta necesariamente a elucidaciones de sistemas estrictamente matemáticos. Cuanto más se lleva a cabo este tipo de implementación, más posibilidades hay de alejarse de la experiencia real de los objetos, lo que da paso a unas operaciones lógicas racionalizadas, en las que las cualidades, las formas y las realidades de los fenómenos se someten a construcciones precisas y a rigurosas ecuaciones numéricas:
Si se puede hablar de que esta concepción tradicional de la teoría muestra una tendencia, ésta apunta a un sistema de símbolos puramente matemáticos. Como elementos de la teoría, como partes de las conclusiones y proposiciones, cada vez intervienen menos nombres de objetos de experiencia, siendo sustituidos por símbolos matemáticos. Incluso las propias operaciones lógicas están ya hasta tal punto racionalizadas, que al menos en gran parte de la ciencia natural la expresión de las teorías se ha convertido en una construcción matemática (Horkeimer, 2000).
Aristóteles marca a través de su filosofía otras tendencias que van a estar presentes en el modelo de ciencia moderna: la lógica y la observación. Su espíritu filosófico estará ligado a comprender la totalidad de los conocimientos humanos por medio de la reflexión filosófica y la lógica; su interés por conocer lo que pasa en la naturaleza hace que la investigación, esté directamente relacionada con la observación (García, 1992); esta postura precederá a las corrientes empiristas y experimentales.
Con Francis Bacon, padre de la experimentación científica, el universo y los fenómenos son un flujo de acontecimientos que suceden según leyes específicas; la visión filosófica es funcional y mecanicista:
Existe un ansia de poder y control sobre la naturaleza, no se pregunta por el “porqué” y “para qué” últimos, sino por el cómo más inmediato que conlleva la cosificación y mercantilización del conocimiento: reducir el objeto a necesidades y utilidades” (Mardones, 1991).
Con esta visión filosófica, el dominio, el control y la manipulación de la naturaleza se otorgará a la actitud tecnológica del conocimiento y sus aplicaciones; una clase particular adoptará los avances y los saberes para progresar con el desarrollo ciego de la ciencia moderna: la burguesía. Con la Revolución Industrial, la racionalidad burguesa se adjudicará una postura positiva: el conocimiento como algo “útil y pragmático”.
La ciencia del siglo XVII, por consiguiente, es el resultado de una praxis social y un proceso histórico revolucionario (Horkheimer, 2000), que pone de manifiesto todo el poder mecanicista y esa tendencia predictiva del universo mediante el racionalismo (Descartes) y el empirismo (Bacon), en busca de modificar y controlar todo aquello que es externo al ser humano.
Ronald Laing (1980) recordaba la frase de Bacon en su Grande Instaurazione: “La historia natural que investigamos no es sólo la de la naturaleza libre y desencadenada, es decir, aquella que sigue un curso propio y espontáneo…, sino también la de la naturaleza, desviada y modificada por la voluntad humana, esto significa, cuando el mundo se ve obligado a salir de su estado originario” (pp. 36-40).
Así, es indispensable expresar que el propósito de este artículo es describir las tendencias más relevantes en el campo del estudio humano, mediante la demarcación de las diferencias entre la ciencia tradicional y las ciencias sociales, teniendo en cuenta las posturas que se han separado de la teoría tradicional de la ciencia y que han cuestionado el modelo positivista de las ciencias sociales.
No se trata de negar la influencia y la relación que ha tenido la ciencia positiva sobre lo social, se argumenta que los métodos de las ciencias naturales son insuficientes y limitados para estudiar al ser humano y la sociedad, y que en algunas circunstancias no permite abordar la complejidad de lo humano y social por su simplismo y la cosificación que traen consigo las concepciones objetivistas.
Justamente, la tesis que propone este artículo razona lo siguiente: entre la tendencia tradicional y las ciencias sociales, existen brechas y abismos de carácter epistemológico y ontológico que diferencian el estudio social y humano de la ciencia natural. Algunas posiciones filosóficas como la de Hans Gadamer (1995) logran fundar estas grandes diferencias:
- La ciencia natural tradicional tiene una mirada objetivante, su fin es la objetividad, su postura es ajena al objeto, su posición epistemológica es externa al hecho, busca la predicción para controlar, dominar y modificar el curso natural de los acontecimientos, finalmente se fundamenta en la idea del progreso del conocimiento.
- La ciencia social tiende a una mirada participativa por medio del acercamiento dialéctico y comunicativo del ser para sí en el no-persona, es decir, el encuentro de sí mismo en lo otro que es ajeno a nosotros, por lo tanto, su objetivo es la comprensión de la relación existente entre el ser humano y su mundo.
Para consumar esta primera parte, se parte de las premisas que tuvieron Kant y Nietzsche sobre el ser humano: ¿Qué sabe el individuo realmente de sí mismo y de su mundo? ¿Cómo se determina la finitud y la limitación del pensamiento humano frente al curso natural del universo? Si se puede hablar de un estudio del ser humano y la sociedad, ¿cómo puede ser ese estudio de lo humano y lo cultural? ¿Cuáles serían los métodos que abordan la comprensión de los fenómenos individuales y sociales?
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