Las actuales condiciones sociales, económicas, políticas y científicas plantean serios interrogantes en torno a los juicios, a los comportamientos y a las actitudes que asumen los individuos frente a situaciones en las que la pregunta por el bienestar, la preocupación por el otro, la justicia, la equidad y/o el deber se ponen en juego.
En psicología, este cuestionamiento ha sido considerado desde diferentes perspectivas, que de acuerdo con sus coordenadas teóricas ubican la determinación del juicio y la acción moral en variables externas (como el psicoanálisis o el conductismo) o en estructuras internas (psicología cognitiva). En el caso de la psicología cognitiva, el estudio de lo moral se planteó a partir del interés por el desarrollo social y del pensamiento, principalmente a través de algunos trabajos de Jean Piaget (1932/1984), cuyos postulados fueron recogidos por Lawrence Kohlberg, bajo la rúbrica del enfoque cognitivo-evolutivo.
Se abre así el campo de la psicología del desarrollo moral, que en la actualidad acoge propuestas teóricas diversas, las cuales giran en torno a debates centrales sobre la noción de estadio, los modelos o concepciones para abordar los procesos de conocimiento o comprensión humanos, la direccionalidad en el desarrollo y las razones del cambio o evolución. El presente artículo recoge algunas de estas cuestiones, a partir del análisis de una de las polémicas centrales en la psicología moral, y esboza el panorama de los retos conceptuales y aplicados para las formulaciones emergentes en el campo.
En primera instancia vale la pena recordar algunos aspectos centrales de la obra de Lawrence Kohlberg (1974; 1975; 1976a; 1995a; 1995b; 1995c; Kohlberg, Levine y Hewer, 1995; Kohlberg y Candee, 1995), quien propuso una teoría psicológica del desarrollo moral con base fundamentalmente en las propuestas filosóficas de Kant, John Rawls y Hare y en modelos cognitivo-evolutivos como el de Piaget, Mead y Selman.
Kohlberg retoma de Piaget el modelo del desarrollo, entendido como el proceso de sucesivas equilibraciones, a partir de una serie de estadios caracterizados por la construcción de organizaciones totales y universales que se despliegan en una secuencia invariable (ningún estadio puede ser saltado en el desarrollo). Esta propuesta, que bien se puede clasificar como una teoría estructural, requiere considerar una diferenciación entre competencia y actuación para entender la manera como concibe la construcción y la complejización del conocimiento.
La competencia hace referencia a una capacidad universal del sujeto que garantiza la coherencia del razonamiento en infinidad de situaciones particulares; en ese orden de ideas, la competencia remite a un sujeto ideal que al operar de manera independiente de contextos particulares puede disponer del mecanismo para descifrar el funcionamiento de un conjunto extenso de situaciones específicas. Para Piaget esta competencia es descrita a partir de modelos lógico-matemáticos (o “formales”), que permitirían entender la recursividad y estabilidad de los juicios humanos.
La actuación, al contrario, comprende todas las conductas variables de los seres humanos que no pueden sistematizarse o que dependen de variables o circunstancias siempre variables y contingentes. Con base en esta diferencia se plantea que los procesos de conocimiento caracterizados desde los enfoques cognitivos-evolutivos son abordados como formas, procedimientos o estructuras formales, que operan de modo independiente de las variaciones contextuales y que funcionan como matrices de conocimiento al determinar los fenómenos que puede comprender un sujeto.
Considerar estos procesos desde una perspectiva que centra su atención en la forma o en la competencia más que en la actuación, supone entender el cambio humano y el desarrollo como un proceso de diferenciación progresiva de las formas y de los contenidos, en los que los últimos estadios se constituyen en la expresión de una mayor capacidad formal de los sujetos. Para las teorías genético-estructurales, el mayor nivel de desarrollo se evalúa en términos de la cercanía de las manifestaciones individuales a aquellas que corresponden a un modelo de ideal funcionamiento. De acuerdo con lo anterior, entre más desarrollado esté un sujeto más operará de una manera independiente y autónoma, lejos de las influencias de contextos o contenidos particulares. Esta concepción aplicada al terreno moral lleva a Kohlberg a proponer a la justicia como el criterio moral propio de un estadio final que a su vez habrá de funcionar como modelo para la caracterización del juicio de los sujetos en su desarrollo.
Bajo estas premisas, Kohlberg retoma a Kant, Rawls y Hare, y entiende lo moral como un procedimiento que permite a un sujeto evaluar todas aquellas situaciones de carácter dilemático de acuerdo con criterios de universalidad, imparcialidad y equidad. Una ética basada en principios universales, que hagan mención al respeto de las libertades individuales, sólo sería posible al final de un desarrollo donde los sujetos han podido desplegar formas de conocimiento descentradas e indiferentes a las contingencias e intereses particulares. |